Ojala nunca me hubiese sentado a escribir este post, pero lo sucedido en París no puede dejarnos indiferentes, y más allá del dolor, que debe persistir y hacernos recordar qué ha sucedido, es el tiempo también de sentarnos a reflexionar.

Ayer era el día del llanto, del dolerse con quienes habían perdido a su vida o a una parte de ella. Ayer no era el día de demagogias, no era el día de discursos políticos. Era el día del apoyo callado, del silencio sonoro, de la lágrima triste porque tú o yo podíamos haber estado tomando algo allí, o aquí, ¿qué más da?

Ayer mi hijo de 9 años, mientras veíamos las noticias, nos decía que no entendía el mundo, que por qué pasaban estas cosas. La conversación acabó derivando en qué podemos hacer cada una de las personas de este mundo para intentar hacerlo mejor. Supongo que por vicios adquiridos o aprendizajes erróneos, mi hijo (y supongo que muchos otros niños y niñas) aún identifica los cambios con quienes están en el poder o con hacer grandes heroicidades, y en ese punto fue cuando me di cuenta de que, tras ver la barbarie, mi hijo debía ver las colas de la ciudadanía francesa para dar sangre, a las personas del estadio cantando la Marsellesa, no como símbolo de nada político, sino como símbolo de libertad y de decirle NO al miedo, las velas encendidas para que París siguiese siendo la “ciudad de la luz”, los minutos de silencio, las palabras escritas en una cartulina apoyada en la pared. “Eso”, le dije, “son cambios”.

Le expliqué que cada uno de nuestros actos puede cambiar el mundo, que, de hecho, lo cambia, que ayudar a los demás, no buscar pelear, tratar de conciliar, esforzarnos, intentar ser amables, dar lo mejor de nosotros mismos o formarnos muy bien para ponerlo al servicio de la sociedad, que eso era cambiar el mundo. Que nunca hay nada insignificante, que, como el aleteo de la mariposa, se puede cambiar el trascurso de la historia con una palabra o con algo que, en principio, podíamos valorar como poca cosa.

Quienes nos dedicamos a la educación deberíamos tener este punto como uno de los objetivos a conseguir con nuestro alumnado. Hay que enseñarles que pueden cambiar el mundo, que en escalas más grandes o más pequeñas, quienes aquí estamos contribuimos a que las cosas sean como son y que puedan, o no, cambiar. También deberíamos luchar contra la intolerancia, enseñarles a discernir lo correcto de lo que no lo es, pero que lo hagan desde sí mismos, filtrándolo todo con sus propios criterios que deben estar asentados en principios sólidos, fuertes y razonados, escogidos ejerciendo su libertad. Para ello hay que darles historia, filosofía, latín, literatura, lengua, idiomas, en definitiva, humanidades. Deben conocer quiénes son, de dónde vienen, qué configura su cultura y la de otros pueblos para así amar la propia y respetar la ajena.

Hoy, puede que con más fuerza que nunca desde que empecé noentraparaexamen, reivindico nuestra labor docente, educadora. Sé que la gran mayoría somos conscientes de que en nuestras manos está la ciudadanía del futuro. Solo espero que quienes deben valorarlo lo hagan y que mañana, en nuestras aulas, entremos creyendo que estamos cambiando un poco el mundo.

Gracias por tanto

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