Cuando son los Juegos Olímpicos me vuelvo una fiel seguidora de deportes como bádminton, descenso en canoa o doma. Me gusta el espíritu que se destila en unos Juegos, me gusta ver en las redes sociales videos de dos corredoras que se ayudan o de Phelps con el discípulo que le supera. Soy consciente que no es todo maravilloso, pero, esos días, me gusta quedarme con esa sensación de que en la superación de cada una de esas personas hay un ejemplo para quienes les estamos viendo.

Si alguien merece, desde mi punto de vista, un apartado especial en este blog, es Rafa Nadal. Yo, tan poco dada a las mitomanías, tengo que reconocer una especial debilidad por Rafa Nadal y lo que transmite.

Es fácil seguirle la pista, es un personaje mediático y “vende”, así que no necesito de Juegos Olímpicos para saber por dónde van sus pasos, sin embargo, creo que estos días merecen un punto y aparte.

He leído muchos artículos, columnas de opinión y reflexiones acerca de cómo actúa en la pista, con sus rivales o consigo mismo. En general las críticas han sido muy positivas, de apoyo, incluso de elogio, pero, más de una vez, se trasluce, se filtra, un soniquete de duda, como si siempre tuviésemos que añadir ese “pero” tan terrible y tan español.

Ese “pero” me dio que pensar. El día del partido con el japonés Kei Nishikori, alguien me dijo: “Sí, sí, mucho Nadal, pero si ves cómo se acaba de poner ahora mismo…acaba de perder los papeles por completo”.

El momento al que se refería venía tras los más de diez minutos de espera en medio de un partido durísimo, agotador y con una presión que me cuesta imaginar. Y por eso pensé tanto en esa frase en la que se criticaba la “pérdida de papeles” de Rafa Nadal porque me pareció un espejo de lo que tendemos a hacer en este país. ¿De veras nos vamos a quedar con ese momento que, desde mi punto de vista, es más que justificable? Sinceramente, bastante paciente y correcto fue teniendo en cuenta el contexto.

Y no es que Nadal necesite ningún tipo de defensa, ni estas líneas pretenden serlo, pero sí que todos estos días, me ha parecido que todo lo que ha sucedido con él es una metáfora y ejemplo estupendo de lo que solemos hacer y de cómo educamos.

Nadal representa para mí muchas de las cosas que me gustaría que mi alumnado asuma como propias. Y no haré ni una sola mención a sus medallas o a sus torneos ganados, eso ahí está, son consecuencias de otras cosas mucho más importantes y que no son efímeras. Su fuerza psicológica me parece potentísima, nunca se rinde, no le he visto en ningún partido tirar la toalla, abandonar o dejarse llevar. Es capaz de remontar aunque esté en el fango hasta el cuello y eso creo que es, en cierto modo, resiliencia en estado puro. Si le destruyen, pega todos sus pedacitos y se hace fuerte en cada golpe, aunque pierda, aunque ya no haya más bolas de partido.

Es educado, visto hasta en cosas tan escatológicas como irse a escupir a una alcantarilla y no en medio de la pista. Siempre hay un buen gesto para el rival cuando acaba el partido y sus declaraciones hablan de una persona humilde, pero conocedora de sus virtudes.

Esa es otra cosa muy “nuestra”. Parece que hay que identificar humilde con no reconocer las virtudes, o fortalezas y no decirlas en público. Una falsa modestia que para quien no la tiene, acarrea, muchas veces, un sentimiento de culpa muy absurdo que se traduce en tapar todo lo bueno que se tiene y que se podría poner al servicio de las demás personas. Así que cuando se dice que Nadal es humilde la gente lo cuestiona, le genera duda de para qué, de si hay un fin oculto, de si esconde algo tras esa actitud…Qué terrible estar pensando siempre que la gente no es auténtica y que siempre tiene algo que esconder. ¿Cómo nos han educado la mirada para ver así?

Yo quisiera que la gente joven de este país no tuviera esa mirada turbia, con la duda como vigilante que acecha siempre. Quisiera que viesen en Nadal esa metáfora de la que antes hablaba, de la superación, del trabajo, del esfuerzo, del no rendirse, de perseguir un objetivo y trabajar mucho y muy duro para lograrlo, de la alegría y de la tristeza asumidas ambas como parte de la vida; y todo ello sin peros, sin un “es que”, sin mochilas de dudas ni de suspicacias.

Ser grandes partiendo de lo pequeño sabiendo siempre cuál es nuestro punto de partida y nuestro origen al que ni se debe renunciar y al que hay que volver de vez en cuando para que no se nos olvide quienes somos.

Que conste que Nadal es un ejemplo más, seguro que muchos y muchas deportistas responden a este perfil. Ahí está Mireia que tiene aún mucho que decir y que enseñarnos.

Qué estupendo que así sea y que tengamos esas personas como referentes en medio de todo este caos, esta confusión y decepción política y social. Para mí, personas como ellos y ellas son un soplo de aire fresco que quita el rancio de este país. Cuidémoslas y no pensemos solo en esos “papeles supuestamente perdidos” que lo único que demuestran es que son seres humanos, con virtudes y defectos, pero grandes por dentro y por fuera. Eso es lo que debe brillar, ese es el espejo.

Decía un artículo de la prensa de estos días que debíamos “Nadalizar” España. Pues eso.

Gracias por tanto

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