A Irene que está en medio de un jardín de senderos que se bifurcan. Para que siempre coja el camino hacia el que su corazón la lleve.
Además de profesora de adolescentes, en este momento de mi vida me toca ser también madre de una adolescente que, si hubiese una rúbrica de la adolescencia, tendría una alta puntuación en muchos de los ítems. Esto, como cualquiera puede imaginarse, supone un tira y afloja importante en el aula y, por supuesto, en el ámbito familiar.
En mi casa, como creo que en muchas casas, hay discusiones, se riñe y, por supuesto, hay días que no son fáciles ni para ella como adolescente ni para mí como madre. Podría hacer la misma identificación con mi alumnado, aunque, ciertamente, siempre es más fácil en el aula. En cualquiera de los dos casos viene la gran pregunta: “¿Qué hago yo ahora?”
La respuesta me la está dando la inteligencia emocional. Quien me conoce sabe que mis clases no son las mismas, que mi rol de profesora ya no es igual, he incorporado nuevas metodologías, he estudiado, estudio y seguiré estudiando nuevas pedagogías, pero sé que gran parte de ese cambio en el aula se debe a la aplicación de la inteligencia emocional y el coaching.
Esas herramientas que uso en clase no difieren mucho de las que podemos usar en casa y es importante que las conozcamos, nos familiaricemos con ellas y las utilicemos porque podremos conseguir unos resultados estupendos a medio y largo plazo y de inmediato lograremos, sin duda, mejorar la convivencia.
Creo que es importante marcar límites. Un/a adolescente necesita saber que alguien estará ahí para decir hasta dónde y hasta cuándo y ayudarle también a encontrar respuestas a sus para qué. Para marcar límites hay que poner en juego la asertividad. Ser firmes sin herir, ser firmes haciendo sentir que el cariño está por encima de todo, pero que eso no está reñido con un no o con una decisión que, como adultos, hayamos tomado por creer que es la más adecuada.
Tiene mucho que ver con ser firmes. No se puede ser inconsistentes, hoy sí, mañana no, pasado puede…ese tipo de reacciones generan mucha incertidumbre porque no sabrán a qué atenerse. Si hemos tomado una decisión, debemos mantenerla, por eso es muy importante meditar muy bien las decisiones que tomemos, después es difícil dar marcha atrás.
Dejar las reglas del juego claras es básico y ahí entra también no engañar, no mentirles, no jugar sucio. Cumplir nuestras promesas es fundamental, así que también es importante pensarlas bien.
Todo esto se hace hablando, dialogando, explicando, pero teniendo claro también que, en muchas cosas, no estaremos negociando, sino simplemente, explicando un hecho o contando las consecuencias que ha tenido una acción ante la que no hay negociación posible.
Negociar es estupendo y es una buena herramienta de resolución de conflictos, pero hay cuestiones que no se negocian y esas, en cada familia, deben estar claras y ser conocidas por todos. Igual que en el aula, el alumnado sabe perfectamente qué se puede o qué no se puede hacer en determinada clase y con determinado/a profesor o profesora, lo mismo debería pasar en nuestros entornos familiares: que es “negociable” y que no.
Comprender que las cosas que hacemos tienen consecuencias es madurar, cuando no actuamos bien, las consecuencias no son buenas y a la inversa. Asumir eso no es fácil, pero es de las mejores lecciones que les podemos enseñar.
Esto ayuda a ir educando y fomentando la tolerancia a la frustración que creo que es de las habilidades más importantes y, por desgracia, de las más carentes hoy día. Parece que decir no, poner un basta o un hoy no hay está mal visto y esos niños y niñas que no han desarrollado su frustración, cuando la tienen (y obviamente en algún momento tendrán alguna) no saben qué hacer con ella. Y esto se ve en las clases, en el parque o en los supermercados cuando las familias están haciendo la compra.
Muchas de estos problemas surgen de una falta de autoconocimiento y de autocontrol o autorregulación, bases de la inteligencia emocional, así que volvemos al inicio de la entrada.
No es fácil ni ser adolescente ni educar a un/a adolescente, pero es una etapa que hay que pasar, que hay que vivir, que forma parte de nuestro desarrollo y que, además, es clave para determinar qué tipo de personas seremos.
Hay muchas herramientas que se pueden usar, a mí, algunas de las que os he contado y otras que irán saliendo en otras entradas, me funcionan en el aula y en casa. ¿Trucos mágicos? ¿Soluciones perfectas? No los hay, pero sí hay maneras de ser más felices, solo espero que mis palabras os ayuden en el aula y en vuestro ámbito personal.
Gracias por tanto.