He intentado calcular cuántos chicos y chicas han pasado por mis aulas en los casi 20 años que llevo como docente. No he podido obtener un número exacto, o tal vez, me ha abrumado pensar que eran ya miles.
Con ese pensamiento me he enfrentado a las noticias de estos últimos días, con esa idea de que miles de jóvenes me habían escuchado y habían compartido espacio y vida conmigo he escuchado y he leído lo que se acercaba más a un esperpento y a una pesadilla que a una sentencia. Y ha sido esa idea la que me ha servido para no perder la esperanza cuando sería tan fácil dejarla a un lado; eso y salir a la calle y ver la respuesta de tanta gente tan diversa, de edades diferentes, de ideologías distintas, hombres y mujeres; personas, al fin y al cabo, que salían a encontrarse, a verse, a saberse en compañía porque lo terrible de esto es, entre otras cosas, sentirse en soledad.
En una de las múltiples cosas que aparecían en redes sociales se hablaba de la educación como la herramienta más potente para terminar con una sociedad en la que la igualdad aún es un nombre y no una realidad. Y en eso y ese número que me abruma está toda mi fuerza como docente, como ciudadana, como madre, como mujer.
Nos jugamos mucho con lo que hagamos en nuestras clases, con los mensajes que le transmitamos a nuestro alumnado. Esos niños y niñas que han empezado este curso 1º de Educación Infantil acabarán en torno a 2032, ¿qué sociedad queremos que construyan? No nos engañemos, construirán con los cimientos que les demos, ahora solo queda cuestionarse cuáles queremos que sean y poner muy firmes los valores sobre los que, más tarde, deberán sustentar todo lo demás.
Es difícil dar respuesta a una adolescente o a un chico que te piden que les expliques lo que ha sucedido y te piden razones porque a sus años es lo que necesitan, argumentos con los que consiguen que no tiemble su mundo en fase de construcción.
Hay que dársela, hay que contarles que hay que seguir trabajando por un mundo igualitario, justo y libre y para ello tienen que ser personas críticas, con capacidad de juicio y formadas para no conformarse. Esa es nuestra responsabilidad como docentes, ayudarles y acompañarles en ese camino porque el tiempo que pasan en nuestras clases es fundamental para su desarrollo y eludir nuestra responsabilidad sería una huida en toda regla.
Por supuesto que se necesitan muchos otros sostenes y que no somos el único agente implicado ni mucho menos, pero no podemos cerrar los ojos y mirar hacia otro lado. Educar en igualdad es un derecho y un deber y también nos toca.
Siempre he hablado de educar a mujeres poderosas. Ser una mujer poderosa no tiene nada que ver con los conceptos de poder que se unen directamente con dominar al otro; lo que hay detrás de ese “poderosa” es el verbo poder con su significado de tener la capacidad de.
Tener la capacidad de elegir, de crear, de decir que no, de decir que sí, de tomar decisiones, de actuar por iniciativa propia, de buscar lo mejor de una misma porque desde ahí vendrá lo mejor para los y las demás, de ser independiente y fuerte y guardar tus convicciones y pelear por ellas.
No es ningún descubrimiento afirmar que este tipo de mujeres provocan rechazo en muchos contextos, sobre todo, laborales y las consecuencias que les acarrea son, muchas veces, terribles.
Si somos docentes responsables, con compromiso de verdadero cambio e innovación, educar a nuestras niñas para que sean mujeres poderosas y a nuestros niños para que también lo sean y respeten en ellas ese poder que les da la capacidad de tantas cosas.
Pero, hay que actuar con honestidad, y cuando eduquemos para hacer personas poderosas, además de ser ejemplo para nuestro alumnado con nuestros actos y nuestra actitud, hay que decirles que no es un camino fácil, que les pondrán muchas trabas, que subirán montañas y que en más de una ocasión querrán arrojar la toalla. Hay que decirles que pelearán contra los dementores, una vez y otra más; y cuando les digamos eso, también hay que decirles que no decaigan, que solo desde ahí, solo desde la igualad, se puede cambiar el mundo.
Solo espero que esos miles de chicos y chicas que han estado mis clases, y los que seguirán pasando, además de aprender algún que otro concepto, se hayan ido queriendo hacer de esta sociedad un lugar en el que no haya que tener miedo por volver sola a casa y ya que yo les doy lengua, hayan entendido bien eso de que el adverbio no es siempre no.
Foto de Katie Montgomery en Unsplash