Pensemos cómo reaccionaríamos si la pieza de la foto que estamos quitando hace que se nos caiga todo el resto del puzzle. La reacción que manifestamos ante un juego de este tipo podría, seguramente, ilustrar la idea básica de esta entrada: la tolerancia a la frustración.
Este concepto, inicialmente, fue desarrollado por el psicólogo Albert Ellis, low frustation tolerance y forma parte de las creencias disfuncionales e irracionales de las personas dando como resultado muchos de los problemas con los que nos encontramos en el aula.
Acercándonos un poco al término y a lo que supone, podríamos describir el concepto de la siguiente forma: creo que muchos niños y niñas crecen en una atmósfera sobreprotectora que no les permite aprender de una forma experiencial, reconocer sus errores y madurar con ellos y aquí empieza el problema de la falta de tolerancia a la frustración o el asumir “noes”.
Estoy segura de que no soy la única a la que le ha sorprendido, en más de una ocasión, la manera que tienen de pedir las cosas a sus padres o madres peques de no más de cuatro o cinco años. El grado de exigencia es altísimo y unido a él la inmediatez de “lo quiero ya”, pero lo peor es que lo consiguen, casi siempre, sea lo que sea y la conducta que se aprende es: “yo pido, me lo dan y además cuando yo quiero”.
Las conclusiones que van elaborando los niños y niñas que crecen y son educados según este patrón, son, entre otras las siguientes:
- Las cosas se pueden obtener sin esfuerzo
- Siempre podré tener todo lo que me apetezca
- No hace falta esperar ni tener paciencia para poder conseguir algo
- Solo con desear algo ya podré tenerlo
A medida que se van convirtiendo en adolescentes, este comportamiento se transforma en conductas rebeldes e incluso “tiranas” que hacen que el ambiente familiar sea una auténtica pesadilla. Sin llegar a estos extremos radicales, un chico o una chica al que no le hayan enseñado a aceptar el “no”, a asumir que sin esfuerzo las cosas no se consiguen, a que, muchas veces, la vida no es como queremos sino como nos viene, puede pasar por difíciles periodos de tristeza, de culpabilidad y de autocuestionamiento llegando a creer que no valen para nada cuando en realidad lo que ha ocurrido es que nadie les ha dejado que se pongan a prueba y se enfrenten a los problemas o a las trabas normales del día a día. No saben cómo enfrentarse a las dificultades y entran en esa rueda de la culpa (interna y externa) y de la rabia ante un sentimiento de frustración que no saben gestionar porque no se les ha enseñado a ello.
Ahora, todo esto, pasémoslo al aula o a la vida colegial. Creo que este es uno de los problemas más graves del alumnado actual, siempre he defendido mucho a los y las adolescentes porque es una etapa vital muy denostada y con la que la mayoría de las personas adultas demuestra muy poca comprensión, pero eso no quita para que, en los últimos años, se note esta carencia en muchos de los chicos y chicas que están en nuestras aulas.
El sistema favorece poco y nuestra sociedad también. Ya hemos hablado de la concepción que se tiene de la docencia y de quienes nos dedicamos a ella, todo el mundo tiene derecho a cuestionarnos y a valorar nuestro ejercicio profesional, cosa que, en otras profesiones no ocurre. ¿Va alguien a ver al arquitecto/a y le dice dónde debe poner la viga maestra? Obviamente no, pero en más de una ocasión y de dos y de tres hemos tenido que explicar cómo damos un tema, por qué usamos un criterio de evaluación y no otro, etc, etc.
¿Qué tiene que ver esto con la tolerancia a la frustración? Muchísimo. Quienes han sido educados, digamos bajo el “todo lo que quiero, lo tengo” encuentran muchas veces el primer freno en la escuela, no porque seamos ni mejores ni peores, sino porque es el primer lugar en el que se entra en contacto y convivencia con otras personas y donde nuestros deseos ya no son los únicos. Ahí empieza el duro camino hacia el no, hacia las barreras, hacia los obstáculos y hacia el proceso, nada fácil, de madurar. Si el entorno familiar refrenda eso, será fantástico porque el niño y la niña irán creciendo, aprendiendo y asumiendo conceptos como el esfuerzo, la paciencia, la tenacidad, el compartir…, sino nos encontraremos con una grandísima dificultad porque parecerá que en el colegio quien se encuentra es “el enemigo” y no una serie de profesionales en los que se confía y con los que se intenta trabajar en equipo.
Otro riesgo es pasarse al lado contrario y creer que el sistema espartano era muy suave al lado de la educación que se debe dar hoy día. Enseñar a aceptar las dificultades, a buscar solución a los problemas, a intentar dar los mejor de nosotros mismos sea cual sea el resultado, solo se puede hacer desde el amor y desde la comprensión. Nuestros hijos e hijas o incluso nuestro alumnado necesitan saber que estamos ahí, que aunque caigan, les podremos echar una mano para levantarse y que les acompañaremos aunque sepan que deben hacer su propio camino.
Poner un decálogo de qué hacer o qué no hacer no creo que sirva de mucho, apliquemos el sentido común y cuestionémonos cómo estamos educando, si hacemos eso seguro que las cosas irán cambiando.
Tal vez un buen punto de partida para iniciar esta reflexión sea sentarnos con nuestros hijos e hijas o con nuestro alumnado y ponerles la foto que ilustra la entrada. Después preguntemos cómo reaccionarían y usemos esa “excusa” para tener esa estupenda conversación.
Gracias por tanto