La verdad es que el título de la entrada de hoy está casi parafraseado de un artículo publicado en el diario El País el pasado 2 de octubre y del que os adjunto el enlace: Por qué soy más listo que tú aunque se me den mal los números.

Nada más ver el título me lancé a su lectura. Imposible resistirse ante algo tan retador para quienes llevamos toda nuestra vida cargando con “ser de letras”.

En los años 80 y 90 en los que yo desarrollé mis estudios de EGB, BUP y COU aun coleaba con fuerza y vigor la teoría del cociente intelectual como factor determinante de la inteligencia de las personas y en esa teoría el peso de las pruebas matemáticas o de la lógica era clave, así que a quienes éramos fundamentalmente creativos, proactivos, muy sociales y con buenas capacidades lingüísticas se nos consideraba menos inteligentes. Si teníamos suerte nos calificaban de listas (porque normalmente éramos más chicas que chicos) pero no inteligentes ya que aquel calificativo estaba reservado para quienes dominaban las matemáticas, la física y el dibujo lineal.

Es curioso que aún hoy nuestro sistema educativo siga promoviendo esta idea cuya invalidez está tan demostrada por investigadores/as de los campos de la pedagogía, la psicología o la neurociencia.

Hagamos un rápido repaso histórico. En 1983 Howard Gardner planteó su teoría de las IM intentando terminar con la del CI que había surgido a principios-mediados de siglo. No quiso llamar a las inteligencias con otro nombre como “actitudes”, “destrezas” o algo similar, sino que insistió mucho en emplear ese término para darle la relevancia que necesitaban. Ya no éramos un número, sino que, para Gardner, nuestra inteligencia trataba, sobre todo, de nuestra capacidad para resolver problemas y para crear productos en un entorno rico en contextos. De ahí surgen las 8 inteligencias que conocemos (hay autores que apuntan a una novena de tipo espiritual o de interioridad): lingüística,  lógico-matemática, espacial, cinético-corporal, musical, interpersonal, intrapersonal y naturalista.

Además de la descripción de cada una de la inteligencias, hay una serie de premisas fundamentales que no debemos perder de vista cuando queramos empezar a incorporar las IM en el aula.

Creo que el punto de partida básico es que cada docente sepa cuáles son las inteligencias que tiene más desarrolladas y cuáles debe potenciar más aún, si conocemos la teoría llevándola a la práctica con nosotros mismos será mucho más fácil transmitírselo a nuestro alumnado.

Debemos tener en cuenta que todo el mundo posee las 8 inteligencias y que la mayoría puede desarrollarlas hasta alcanzar un nivel adecuado (que será diferente en cada caso), además las inteligencias funcionan en conjunto formando un sistema complejo que se interrelaciona lo que nos lleva a que se puede ser inteligente de muchas maneras en cada categoría.

“Cada ser humano tiene una combinación única de inteligencia. Éste es el desafío educativo fundamental” nos dice Gardner y tal vez esta frase debería resonar en nuestros oídos cuando entremos en el aula, cuando pongamos etiquetas rápidas y facilonas a nuestro alumnado o cuando en los propios entornos familiares se considere que un hijo o hija son más o menos inteligentes en función de sus capacidades matemáticas.

Soy consciente de que esta es una reflexión incómoda, pero creo que muy necesaria si de verdad queremos cambiar el sistema educativo.

Ayudemos a que nuestro alumnado se vuelva flexible, creativo, con capacidad de superar dificultades y enfrentarse a ellas, acostumbrémosle a trabajar en equipos y a gestionar sus propias emociones y las de las demás personas. No es una tarea fácil, pero merece la pena…¿te apuntas?

Gracias por tanto

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