Seguro que muchas de las personas que leéis este blog os habréis hecho, de un modo u otro, esta pregunta, ¿qué significa ser un/a docente eficiente? ¿Lo somos? ¿Lo son?

Creo que no hay recetas mágicas, ni una sola fórmula que, en un abrir y cerrar de ojos, nos haga más competentes, más innovadores o más creativos, pero, en la entrada de hoy, intentaré recoger aquellos aspectos que considero básicos si queremos aplicarnos y que nos apliquen ese calificativo.

La  noción de eficiencia tiene su origen en el término latino efficientia y según la RAE es: Dicho de persona, ‘competente, que rinde en su actividad; y dicho de cosa, ‘eficaz, capaz de lograr el efecto que se desea’; es decir, es un concepto que, pese a mantener ese significado, siglos atrás tenía la connotación y se identificaba con la producción. Hoy día es un término que tiene muchos más matices y más cuando la idea de eficiencia se aplica al ámbito educativo.

Probablemente si le preguntáramos a alguna persona que trabaje en el ámbito de la ingeniería o de la energía nos hablaría de eficiencia A, A+, B…en función del gasto o de la consecución más o menos rápida y con el menor coste del objetivo propuesto, pero, ¿cómo medimos eso en un aula?

Me niego a quedarme con la idea (de antaño, pero que aún perdura en algunos ámbitos) de que una posible escala de medida son las notas que consigue el profesorado en pruebas como la PAU, igual que me niego a calificar a mi alumnado como “eficiente” solo porque en sus calificaciones aparezcan muchos 9 y 10.

Ambos ejemplos están muy bien y son estupendos, pero ¿de verdad un chico o una chica (por no hablar de la etapa de primaria) son eficientes solo por tener esas notas? Es más que discutible y supongo que el tema está sobre la mesa y genera controversia incluso dentro de los claustros. Por supuesto que yo creo que el origen del problema está en nuestro actual sistema de evaluación, tal vez si en infantil y primaria no hubiera calificaciones numéricas y cuantitativas y sí hubiera porfolios individuales de aprendizaje (como ya los hay en otros países) la experiencia, la motivación y el conocimiento de fortalezas y debilidades de nuestro alumnado cuando llega a secundaria sería muy diferente.

No debemos caer tampoco en la confusión entre eficiente y eficaz; este último término lleva implícita una relación con lo temporal y con la consecución de objetivos sin importar cuántos recursos hemos empleado, mientras que en la eficiencia sí es fundamental tener en cuenta el uso de los recursos que hemos empleado y los resultados que hemos conseguido.

Teniendo todas estas premisas en nuestra cabeza, paso a enumeraros aquellas características que nos hacen/ nos ayudan a ser más eficientes en nuestra labor educativa.

  1. Amar lo que haces: supongo que esta primera premisa que pongo valdría para cualquier profesión. En realidad, amar lo que haces, nos habla de motivación, de ganas de innovar, de respeto por quienes tenemos en el aula; pero también nos habla de una actitud de ayuda y de entrega. Ser docente no es fácil, ser transmisor de conocimientos supongo que sí. Seamos realistas. Nuestra profesión no está bien pagada, socialmente nuestra figura está bastante denostada y se nos tacha de vagos y de tener muchas vacaciones, pero, quienes amamos la docencia, sabemos y sentimos que acompañar a esas personas en su proceso de crecimiento personal y académico es de las cosas más gratificantes que hay.
  2. Formación: Estar al día. El mundo educativo es un mundo cambiante y más hoy día. Es cierto que una de las quejas de quienes nos dedicamos a esta profesión es que se nos exige saber de todo: informática, psicología, logopedia, gestión de redes sociales y alguna cosa más que en ninguna de las facultades (hablo sobre todo del profesorado de secundaria) se enseña. Ciertamente hay una gran carencia formativa en la Universidad de este país y, en muchos de los grados que después tienen un claro enfoque docente, no hay una verdadera formación del profesorado (supuestamente se suple con un master pero permitidme mi cierta incredulidad y, desde luego, en mi experiencia, cuando hacíamos el CAP, aquello distaba mucho de ayudarnos a formarnos como profes. Dejando aparte estas cuestiones, no podemos quedarnos en la queja y, de alguna manera, hay que ponerle remedio. Frente a esas carencias tenemos también la gran suerte de contar hoy día con un abanico enorme de formación de calidad y, mucha de ella, gratuita. La apertura de universidades on line que ofrecen sus cursos (entrad en coursera, por ejemplo) es una gran oportunidad y las editoriales cada vez ofertan más cursos para el profesorado. Somos docentes del siglo XXI y, si se cumple la premisa 1 de la que acabamos de hablar, el querer estar al día, surgirá de forma espontánea en nosotros.
  3. Coherencia: Ser ejemplo. Desde el alumnado de infantil hasta el de bachillerato se ve influido por nuestra manera de actuar y de comportarnos. Por mi experiencia, creo que lo que más le ha calado mi alumnado a lo largo de estos años, es intentar siempre ser lo más coherente posible con mis actuaciones dentro y fuera del aula. No podemos exigirles una gran esfuerzo si observan en nosotros hastío o desmotivación, no podemos pedirles respeto si les tratamos con soberbia o faltándoles de algún modo. El respeto se gana, el miedo y el temor se imponen. Yo quiero que mi alumnado me respete, no que me tema. No engañarles es clave también, creo que cualquier persona a cualquier edad se siente dolida cuando la engañan, pero, en mi caso, mis chicos y chicas adolescentes no olvidan las falsas promesas o las mentiras dichas en el aula y son especialmente sensibles  este tipo de cosas. Somos un espejo para nuestro alumnado, solo debemos preguntarnos qué queremos que vean.
  4. Autoconocimiento: este es uno de los aspectos fundamentales de la inteligencia emocional, una de las claves para crecer como personas. Es importante que sepamos cuáles son nuestras fortalezas y nuestras debilidades también como docentes ya que eso nos ayudará a buscar las mejoras correctas y a potenciar aquello que ya hacemos bien.
  5. Habilidades sociales: la escucha activa, la asertividad o la empatía son habilidades que podemos tener innatas, pero también se pueden trabajar con diferentes técnicas. Potenciar las habilidades sociales nos ayudará a mejorar nuestra relación con el alumnado y con el resto del claustro y redundará una clara mejora del clima escolar que, sin duda, nos animará a innovar, a investigar, a hacer nuevas cosas…
  6. Conocer su “mundo”: no soy partidaria de posicionarme como “amiga” de mi alumnado, pero siempre intento serle cercana porque creo que eso es uno de los principios sobre los que ir construyendo una relación de respeto y confianza que, en mi caso, me ayuda mucho a trabajar. Esta cercanía supone que hay que “meterse un poco en su mundo”, es decir, desde saber cuáles son los “dibus” con más éxito a escuchar canciones de listas que jamás pensamos que compartiríamos. Eso nos permite entrar un poco en su tiempo de ocio y que nos sientan cercanos, además nos ayudará mucho a seguir conversaciones o entender frases hechas o palabas que usan de comodín y que provienen de los medios de comunicación.
  7. Cada día es una nueva oportunidad: pues sí; una oportunidad de creer, de crecer juntos, de aprender, de darse cuenta de que esta aventura lo es para todas las personas que compartimos un aula a lo largo de tantas horas al cabo de un curso.

Aun me queda mucho para conseguir ser una docente eficiente, pero creo que voy por buen camino. Estoy segura de que nos iremos encontrando a lo largo de este viaje.

Gracias por tanto

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información. ACEPTAR

Aviso de cookies