Estas palabras pertenecen al discurso que dio el Padre Arturo Sosa el 8 de marzo de 2017 con motivo de la celebración del día Internacional de la Mujer; sin embargo, el eco de la frase ha estado acompañándome durante estos meses, enmarcando muchas ideas y muchos pensamientos y por qué no, dándole sentido a todo el sinsentido de estos últimos tiempos.
Más allá de otras interpretaciones, he llegado a la conclusión de que, tal vez, este debería ser uno de nuestros objetivos prioritarios en las aulas. Enseñar a nuestro alumnado a que sea audaz, a que se atreva a buscar lo imposible.
Ser audaz hoy día no es fácil, supone actuar con osadía, con atrevimiento, supone llevar a cabo empresas en la que puede que nadie más crea, supone defender tus principios, tus ideas, supone coherencia…
¿Cómo encajar esta audacia en medio de esta modernidad líquida que definió Zygmunt Bauman? Una modernidad que genera una sociedad en donde los valores y los principios sólidos se disuelven, se difuminan porque todo va muy rápido y todo es muy cambiante.
Creo que, frente a esa desazón que provoca la impotencia de pensar que no podemos cambiar nada, debemos insistir en la búsqueda de aquello que puede parecer imposible. En nuestras clases, debemos educar también para que nuestro alumnado se ilusione, pero también, para que, cuando salga al mundo, sea generador de ilusión. Por supuesto, la reflexión y el trabajo deben comenzar antes, deben comenzar por un cuestionamiento de nuestro sistema educativo y de la figura y rol de los y las docentes y su formación para enfrentarse a esta nueva modernidad y a las necesidades que esta supone.
Hoy hay, en muchos centros educativos, mucho profesorado audaz que está inmerso en esa búsqueda. El tema de la innovación educativa aparece en las noticias de forma cada vez más insistente y hay un movimiento cada vez más potente que está promoviendo un cambio dentro de las aulas. Estas ganas de buscar y de realizar lo que algunas voces califican de imposible llevan implícita también una importante formación del profesorado, muchas veces autodidacta, que trata de prepararse para un montón de demandas que la sociedad hace de forma latente, pero que ninguna ley educativa recoge de forma patente. Y todo esto, teniendo en cuenta que, una de las apuestas más innovadoras tal vez sea que podamos enseñar cómo sentir y expresar cómo sentimos y que, para ello, necesitamos sabernos útiles y aumentar la autoestima de nuestro profesorado y promover la labor docente como una de las labores claves si queremos construir una sociedad más libre, más plural y más igualitaria.
Explicar la coherencia no resulta fácil, decirle a nuestro alumnado que nuestras acciones y nuestros pensamientos deben responder a quiénes somos e ir alineados parece casi un chiste cuando en las noticias ve constantemente que aquello que se dice no suele ser aquello que se hace, pero la audacia de buscar lo imposible también va de esto, de mantenerse fiel en lo que se cree y actuar en consecuencia. Y eso, ¿cómo se enseña? Estoy convencida de que la única manera de enseñarlo es con el ejemplo. Somos los mayores “influencer” que tiene nuestro alumnado, nos ve, nos observa, nos imita y aprende de aquello que decimos, pero, sobre todo, aprende de aquello que hacemos. Cada vez que entramos en clase marcamos tendencia, así que no podemos olvidar que aquello que les pedimos a nuestros chicos y chicas tiene que verse primero en quienes les acompañamos en su día a día en las aulas.
No podemos engañarles, hay que decirles también que no es fácil escoger este camino de la audacia. Sabemos que tropezarán y se caerán, y ahí aparece la resiliencia, como una de las armas más poderosas con la que contamos para esta batalla. A ser resiliente también se aprende. Podemos desarrollar estrategias que nos ayuden a salir con más fuerza y con más recursos después de lo que habíamos considerado un fracaso. Lo hacían los héroes, ya nos los contó Campbell en El héroe de las mil caras. Después de superar el miedo, de enfrentarse a los peligros, de superarse, se vuelve a casa con más sabiduría, con más fuerza, con más ganas de seguir haciendo posible lo imposible.
Todo el mundo tiene algo de heroico, de valiente, de idealista…, solo hay que potenciarlo, ayudar a que redunde en el beneficio individual para construir el beneficio colectivo. Puede parecer que promover estos valores es inútil, sin embargo, son más necesarios que nunca. Si dejamos de buscar el modo de poder realizar lo imposible estaremos dejando también de buscar nuestros sueños, nuestras ganas de construir, de avanzar, de mejorarnos como personas y de mejorar nuestro mundo.
Hay que trasladar esta osadía a nuestras aulas, hagámoslas aulas resilientes, con personas ilusionadas e ilusionantes, generadoras de verdadero cambio, de ese que está por encima de cualquier elemento líquido que parece querer imponerse a toda costa.
Cuando parece que todo es confuso es cuando más fuerte hay que hacer la esperanza. Le decía Ilsa a Rick en Casablanca: “el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”, hoy, tomo prestada la frase y me quedo con: “el mundo se derrumba y nosotros nos ilusionamos”. Pese a todo, sigamos buscando lo imposible.