La vuelta a la rutina que trae el curso escolar provoca una mezcla de sentimientos y de sensaciones. La tranquilidad de saber horarios, sitios, personas, al tiempo que la certeza de conocerlos y el cierto hastío que trae lo habitual, se unen en este mes de septiembre. Sin embargo, en medio de todas estas emociones, tal vez es un buen momento para agradecer la oportunidad de comenzar un nuevo curso y todo lo que ello supone.
Quienes nos dedicamos a la enseñanza acabamos midiendo nuestra vida en cursos escolares en lugar de años naturales y cuando decimos “el año que viene” es el siguiente septiembre que se llena de tantos propósitos como enero. El alumnado también llena la agenda de objetivos e intenciones y también las familias, así que somos un grupo numeroso que se llena de ilusión en estos días. Las promesas que nos hacemos de llevarlo todo al día, de no caer en el desánimo, de no perder ni ritmo, ni ganas ni paciencia son contagiosas y las anotaciones en las libretas de estas primeras semanas están hechas a conciencia, con calma, con “buena letra”.
Todo esto es para sentir agradecimiento, al menos a mí me lo hace sentir, y pese a que todos, alumnado y profesorado sabemos que el tiempo y la inercia jugarán su papel, comenzamos con ese olor a nuevo que impregna todo y que siempre resulta tan motivador.
Creo que es bueno hacer esta reflexión en nuestras aulas o en nuestras casas porque es una manera de pararse a pensar en lo pequeño, en lo cotidiano, en lo que se nos es dado y en lo que nunca nos paramos. No solemos agradecer lo más cercano, pasamos de puntillas y los meses se suceden rápido sin saber muy bien qué hemos hecho, cómo y con quién.
Da igual el tiempo que lleves dando clase o recibiéndola, el primer día es día de nervios, de mariposas en el estómago, y eso es señal de que nos estamos emocionando, de que, por dentro, algo nos dice que eso que sucede es el anuncio de muchas cosas que están por venir.
Así que, tal vez, convenga que guardemos esa sensación y la hagamos consciente más veces para que las cosas que vivimos no pasen de puntillas.
En estos tiempos en donde todo va tan rápido es importante enseñar a nuestros niños y niñas a que se paren, a que reflexionen, a que contemplen el mundo que les rodea y se puedan mirar también a sí mismos. Esto hará que miren también a quien tienen más cerca, generarán más empatía con su entorno y comprenderán mejor las cosas porque les estaremos enseñando a que lo disfruten, a que se paren, a que se deleiten.
Cuando nos sentimos así, dar las gracias nos sale de forma espontánea. Si vivimos pasando por encima de las cosas, de las personas o de los lugares, es difícil que sintamos algo más que prisa o cansancio.
Recrearse en las cosas cotidianas nos ayuda a hacerlas importantes, contribuye a que nuestros niveles de conciencia y de consciencia suban y eso se refleja, después, en un modo de vivir más sosegado y más sereno.
El estrés ha pasado a ser algo habitual en el imaginario colectivo, lo hemos normalizado e incorporado a nuestras vidas y, en muchas ocasiones, dejamos que tome las riendas de la situación o de nuestro día a día. Los problemas que acarrea son también conocidos, pero lo más preocupante es que la edad en la que comienza a manifestarse y a presentarse el estrés como algo peligroso es cada vez más temprana y esto es anuncio de que algo no está yendo bien en nuestra sociedad.
La vorágine diaria es compleja para las personas adultas pero también lo es para los más pequeños o para quienes están en plena adolescencia. De ahí que crea que es importante pararse, contemplar, agradecer, compartir, reflexionar para que no tengamos la sensación de que todo pasa por nosotros sin pasar nosotros por ello.
En la libreta de propósitos habrá muchas cosas que no llegarán a cumplirse y otras que seguiremos anotando para cursos próximos. Es cierto que aún hay mucho trabajo por hacer, que la educación necesita una reflexión seria, profunda y rigurosa más allá de ideologías políticas, pero caer en el desánimo no nos conducirá a ningún sitio. Seguramente conseguiremos muchas más cosas si nos dejamos ganar por el agradecimiento, la ilusión y las ganas de hacer las cosas cada vez mejor.
Decía la canción que “gracias a la vida”. Pues eso.
Foto de Liane Metzler en Unsplash