Siempre me he sentido (y creo que es sentimiento compartido) más educadora que profesora; a lo largo de todos estos años de profesión, he tenido que hacer muchas veces de “paño de lágrimas”, de confesora, de psicóloga, de animadora, y de muchas cosas más. Quienes nos dedicamos a la educación sabemos que es así; en los últimos años nuestra labor se multiplica y la sociedad nos demanda, cada vez más, tareas para las que no se nos ha ni formado ni preparado y, todo ello, a un ritmo vertiginoso que muchas veces se traduce en una sensación de “no llegar”.
Es verdad que el hecho de que la educación pase a ser un tema prioritario en las agendas de los gobiernos y no un juguete político de poner y quitar, sería un punto de partida importante para revitalizar nuestro sistema y, sin duda, un pacto de Estado en este aspecto, contribuiría a estabilizar currículos y, en consecuencia, a estabilizar al profesorado, algo que, sin ninguna duda, repercutiría en positivo en nuestro alumnado y en la calidad de nuestra enseñanza.
Escoger ser docente no es una elección bien vista. En más de una ocasión he tenido que escuchar que alumnos y alumnas que acababan el bachillerato con unos expedientes magníficos “estaban locos” por querer hacer Magisterio, algún grado de Humanidades con un claro enfoque (que no solo) de práctica docente o una carrera técnica o científica para ser después “profes”. Cuando eso ocurre yo me pregunto si esos grados universitarios no deberían ser los más “duros”, los que tuviesen la mayor nota de corte, porque, al fin y al cabo, ¿no estamos poniendo en manos de esas personas el potencial futuro de un país?
En un momento como el que estamos viviendo, en el que las profesiones de muchos de nuestros chicos y chicas aún no se han inventado, nuestra tarea fundamental es la de ser instrumento, ser acompañantes, porque ahora, más que nunca, debemos inspirarles y facilitarles su aprendizaje, enseñándoles a trabajar en equipo, a potenciar su inteligencia emocional, a tolerar la frustración y a muchas otras cosas que van más allá de nuestros conocimientos en lengua, matemáticas o plástica.
Tener la suerte de dar clase en el último año del Grado de Magisterio de la Facultad de Formación del Profesorado de la Universidad de Oviedo ayuda a compartir y a comprobar cuántos chicos y chicas ponen su ilusión queriendo construir una educación del y para el siglo XXI. Me gusta hablar con mi alumnado y saber sus inquietudes, qué piensan, cómo ven el futuro laboral, que, en su caso, es ya muy cercano. Esas conversaciones me enseñan, me dan nuevas perspectivas o hacen que me ponga en alerta con otras cosas en las que sé que aún nos queda mucho camino por recorrer.
Ser profe, maestro y maestra es un modo de vivir y no me canso de repetírselo en el aula. “Habéis escogido una de las profesiones más bonitas del mundo y debéis sentirla y vivirla con orgullo”. No se lo ponemos fácil. En nuestro país creo que aún no somos muy conscientes de la importancia que tiene la educación y la formación de quienes a ella se dedican.
Hay datos que son demoledores, en una encuesta que el CIS hizo en el 2013 sobre educación, el 62, 4% de la población española veía poco o nada motivado al profesorado y la Cumbre Mundial de Educación (WISE) considera que uno de los mayores problemas del sistema educativo es la calidad de la docencia. Debemos pararnos y pensar si esto es lo que queremos para construir futuro.
Hay que comenzar viendo con otros ojos a esos maestros y maestras que, de forma vocacional, dedican su día a día a educar a quienes llevarán “el peso del mundo” en décadas posteriores y dejar de menospreciar una labor que está en la estructura misma de la sociedad.
Por supuesto que hay que hacer autocrítica y a quienes nos dedicamos a la docencia (en cualquier ámbito) nos corresponde formarnos mucho y bien, estar siempre actualizándonos, ponernos al día, conectarnos con lo que sucede en las aulas- lo que supone ver los mismos dibujos animados o saber cuáles son los juegos con más éxito de las video consolas-, es nuestra responsabilidad conocer las novedades metodológicas o valorar nuevas tendencias educativas. Ya no vale quedarse inmóvil porque esta es una profesión dinámica que exige e implica acción constante.
Creo, pese a todo, que actualmente hay un fuerte movimiento que está haciendo más visible y dándole más importancia a la enseñanza y a todo lo que supone. En las redes sociales se habla de educación, hay congresos y encuentros llenos de personas interesadas en este campo y que no son solo docentes, así que, sin duda, este tema suscita interés.
Es cierto también que cada vez son más los chicos y las chicas que escogen carreras con un enfoque claramente docente llevados por su vocación y esa ilusión y esas ganas por construir algo nuevo y mejorar las cosas es, sin duda, el mejor de los impulsos para lo que vendrá.
Hace poco leía una frase que decía: “ No pretendo cambiar al mundo, pero en el pedacito que me tocó vivir quiero hacer la diferencia”. A eso nos dedicamos enseñando. A ese pedacito. Pues eso.
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